La ventana

Acostumbraba dejar la puerta de mi cuarto entreabierta. Esa noche me estaba costando trabajo conciliar el sueño, me paré al baño y ahí frente al retrete veía el panorama de la calle. Me gustaba esa ventana, una excelente vista; era una maravilla tener a todos ahí conglomerados justo frente a mi taza, era yo otra fuente más que adornaba su camino, una que no veían. A veces volteaban y veían mi cara seca y regordeta apretada en aquel orificio, oían mi pedorrear, oían el agua correr desde mi rostro agrietado y hundido.
Era una calle tan monótona, no se oía más que el crujir de las hojas, el choque mutuo mientras eran recorridas por el aire, un aire espeso y lleno de polvo, estaba harto de tener que limpiar los muebles todo el tiempo, no podía andar por la vida sin un trapo y una cubeta de agua, malditos vientos de octubre que traían consigo las hojas muertas, las tangas negras, las corbatas rojas, propagandas viejas con olor a orina, malditos vientos decembrinos, como calan en los huesos; malditos vientos de marzo con ese calor pegajoso tan desagradable.
Pensaba yo en los vientos, en lo que me traerían mañana, a lo mejor algo nuevo en que pensar, algo nuevo en que meter la cabeza. Ya no me interesan las disputas ajenas, se han vuelto iguales, siempre terminan con una mujer puta. Puta por ser soltera, puta por tener hijos, puta por salir con hombres, puta por llevarlos a casa, puta por dejarlos con sus hijos. Puta por como se viste, como camina, como provoca envidia en las bocas secas de esas peludas señoras de escoba. No sé a qué se deba pero era como parte de ellas, no salían a otra cosa más que a sostener esa escoba como si se tratara de un pene; su pene. En fin, solía conocer todas y cada una de sus vacías vidas, sus días acababan a las mismas horas, recibían a sus maridos a las mismas horas, se los cogían sincronizadamente y en las mismas aburridas posiciones. No había de otra, alguien tenía que desahogar las frustradas y reprimidas fantasías de esos increíbles y trabajadores regordetes. Ellos teniendo que pensar en esas nalgas, en esas tetas tan jugosas, en esa perra que se contoneaba por doquier esperando ansiosa que le toquen la carne, que la traten como a la puta rebajada que ha querido ser. Ni modo, un sacrificio es un sacrificio y si en sus obesas esposas han de descargar su pena, así tendrá que ser.

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Cualquier opinión, cualquier anhelo, cualquier detalle de sus míseras vidas era documentado en mi cuaderno. Estaba dividido en itinerarios, hobbies, actividades "familiares", vacaciones, visitas, comida, aburrimiento, comida, hijos, comida, limpieza, comida, novelas, comida. Que mas daba, conocía yo cada detalle de sus patéticas vidas. Pero qué manera de vivir la suya, que asco de vida, de personas, de ignorancia, de degradación a la existencia humana. Qué barbaridad tener que mentirse frente al espejo; yo no entendía cómo podían seguir así, como no pensar en ahorcar a sus mujeres mientras duermen, colgar a sus hijos como borregos para rasgar sus cuellos y ver como se les vas la vida a coágulos de sangre para luego sacarse los ojos con los dedos, meter la cabeza al horno y abrir el gas. Sus vidas son un hecho inconcebible, una perdida, una verdadera perdida a la humanidad.

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Y yo estaba ahí para verlo, presenciando el automatismo masivo; su eterno dormir, su miseria abundante, como han de dormir en las noches sin dejar las almohadas mojadas y saladas. Y ahi estaba yo anotando cada comentario, cada nota a pie de página, mis observaciones y mis opiniones personales. Había convertido mi cuaderno en un completo estudio antropológico, filosófico y caótico de la vida humana; solo espero el momento correcto, veo esa cumbre venir, los críticos, los sabios, los filósofos y sociólogos pondrán los ojos en este humilde y completo estudio, solo hay que esperar por el momento de mi reconocimiento.

Viendo las últimas gotas de orina caer de mi pene, recordé el aburrimiento y el hastió que podían provocarme estas historias; mi antiguo pasatiempo había terminado, era cosa del pasado. Ahora veía mi orina caer, gota a gota, sabía que había mas y tenía que esperar, sabía porque la sentía ahí presente con esa sensación de tener ese hilo lacerante de orina lastimando la uretra constantemente. Era horrible tener que espera, pero aun más tener que verme en esa necesidad, en esa añoranza. Donde había quedado la virilidad, las largas y abundantes meadas, todo eso se me había escapado de las manos, toda esa sensación de vida, de arrogancia.
Le bajé al baño y regresé a la cama, un paso lento sobre otro, pasó un largo tiempo en el que fui de la cama al baño y del que intentaba volver a la cama, tanto que me había olvidado de mis pasatiempos, tanto que había olvidado mi vida, mis placeres, mis viejos pensamientos, mis eternos sueños, mis amigos siempre tan pasajeros; todas mis lagrimas, todas mis derrotas, había hasta olvidado cómo hacer el amor. Veía yo tan lejos la cama, veía yo tan corto el futuro y tan eterno el pasado, no era tanta la distancia de mi cuerpo a mi lecho, no quería llegar, sigo sin querer llegar. Y sé que pasa y por eso sé en qué me puedo distraer, no me puedo quedar ahí paralizado; ha vuelto la aguja a mi uretra. Ay ese dolor tan grande que es capaz de doblar hasta el hombre más fuerte. Ni modo, a volver al baño antes de que me tire el dolor y me rompa la cadera, creo que me tengo que regresar, ahí me espera la ventana, ahí me espera la calle, ahí me espera un viento que resople en mi semblante…