Señor Pez


Como perdido en la pesadumbre de un mal viaje, como solemne bohemio asiduo de su propia cagada. Como una víctima más de ingenuidad y el poder. EL juego mental de las noches oscuras y llenas de la savia de esas pencas tan pobres de virtud.

Como una sonrisa perdida en el amanecer, así será el hombre Pez. Respirando oxigeno de peceras sepultadas. ¡Oigan ahí va el hombres Pez! en sus aires ponchados de maldad. El perdedor de perdedores, la risa burlona de las tardes, el de la boquita de o.

Pinche señor Pez, como no se ahoga. Sumérgete en las profundidades de estos cenotes, de estas veredas del camino fácil, sáciate de la miseria y se feliz aunque sea de esta forma. Ráscate las escamas como serpiente acalorada, deja manipularte por tersa manos. Déjate acariciar por coágulos de sangre reseca. Manoséate de noche y de día, excomúlgate, aíslate señor pez, nada en fuego y no en el lodo. Engáñanos a todos como vil escoria. ¡Señor Pez, que en el aire no eres nada!

Me acordaré de ti en las oraciones, me reiré de ti en mis mejores orgasmo, señor pez salado, señor de arenas desoladas, comete tu cola y cágala en alas. No juegues al escondido, no te regocijes de tus juegos ¡Señor de agua, señor de nada!

¡Oh tu redentor de los mediocres!


Oro por ti, oro por tu madre, ustedes no brillan ni entre los cerros de alambre...

La Noche En Que Murió José


"Anoche se me cayeron las tripas" Le confesó José a su almohada mientras dormitaba, la calle seguía inundada y la tempestad seguía volcando arboles sobre los coches. Mañana al amanecer Don Julio tendría que irse a pie por primera vez, tomar un autobús y llegar como cualquier prole a su chamba, pero si alguien le estaba siendo un mal, ese coche ni lo había acabado de pagar.

Seguía delirando pues, el Josecito en un rincón de su camastro, sin un pelo en su cabeza y un sollozo interior. Había pasado noches peores, esta solo era una fiebre nocturna, una de esas del crepúsculo, donde los perros le siguen llorando a la luna, no sé si porque quieren que baje, si por ser su amante.

Doña Trini bajó otra vez a ver como seguía el chamaco, pues que mas iba a encontrar que un saco de huesos pálido y empapado; y la lluvia azotando, y las calle derramadas, limpiando sangre, pañales sucios, bañando vagos, abrazando, una noche mas, animales infortunados, los errores, los estragos de la sociedad.

Pero José, el niño, la pobre criatura que tuvo que nacer mal para vivir mal, tenia los respiros contados, el corazón ya tenía una fecha próxima a expirar, "hoy no, diosito por favor no" entre delirios, risas y lamentos no sabía de qué otra forma más rogar. "no me quites este ensueño, no me robes lo único que tengo, ay padre mío, ay mi virgencita no me desamparen ni de noche ni de día"
El viento le hablaba quedito en el oído le rogaba que se quedara quieto, "no te muevas niño mío, estas en un infierno, estas como vacio" José abría y cerraba los ojos, como no queriendo creer, la madre solo lo veía morir, se tapaba la boca para que no le escuchara, para que no se llegara a detener, al fin y al cabo estos eran los procesos de la vida y el niño era un querubín mas que tenía que partir, "adiós mi niño lindo, no me hagas mas sufrir"
José se resistía aún mas, pero la negra lluvia se empezó a partir, lluvia y neblina por doquier, una plaga de arañas tejiendo este umbral, puertas se rompían y los gusanos arrastrándose sin parar haciendo hoyos en la tierra, esa tierra seca y sin vida, café, como la de un panteón; le abrían paso a la noche, una plateada noche, esa bañada de un modo divino por un ángel, un hada, un engaño, una mujer blanca, con esa piel tersa y deliciosa. Una mentira tan rica, tan real había llegado. La misma seda, el mismo llanto, la sangre de su nacimiento, hoy, era hoy, nada podía evitarlo. La mujer blanca dejó mostrar su cuerpo, la sabana arenosa cayó al suelo, ángel tierno de la luna escupido por la tierra ahora caminando entre los pobres mortales. Pies de gloria, pies de inocencia, tocando la misma porquería que toca el hombre, no somos merecedores.

José oyendo sus pasos como tierna música para vagabundos caídos. Era la música de los miserables, esa que escuchan cuando se van, no lo había sabido antes y ahora que más daba saberlo si ya estaba al tanto de lo que iba pasar. El hada, la bestia de tierra entró por la ventana, la música era más y más fuerte, la lluvia se rompía a su paso y detrás de nuevo la tempestad. Lagrimas falsas, gritos, grandes gritos, lamentos, “vengo por Josecito, mi niño, mi querubín”. El llanto se hizo éxtasis, flotando en el aire como si se tratara del agua, ahí el hada danzante, la bestia de tierra, nadando entre nuestros respiros. Cada vez más cerca de José, tocando, sintiéndolo, añorándolo, porque esta noche era de ella. Sus labios recorrieron ese cuerpecito, sus manos lo palparon como ciego que lee su fortuna en libros del azar. Ahí estaba el niño sintiendo su ultimo placer, ese de ser amado, se hacer sentir y a través de ello también sentir. El Hada vibrando al compás de sus canciones, de sus gritos melancólicos en esta fiesta carnal, en este desfile de traiciones, de hipocresías y de falsas añoranzas. Ahí el niño recostado gastando su último aliento, siendo poseído por un hada podrida, por ese ser que fue escupido de la tierra, por una bestia que sabía cómo hacer su trabajo, carcomida triste y sudorosa como puta en pleno manjar. “Ven por mi” decía el niño “y deja la puerta abierta, para que mi madre vea, no llores mi viejita, no me llore, que con estos placeres mundanos he de morir en paz” y así calló José, a medio eyacular, con la verga aún en pie de lucha, ahí quedó un niño mas, con tanto que vivir, con tanto que soñar, con tanto para engañarse. Adiós Josecito te hemos de envidiar….