Cuando el eco de mi voz

Sobre la cama húmeda y caliente encontré un pequeño peine con alas. Lo quise tomar pero en realidad solo eran las arrugas de la cama, de pronto me encontré rodeado de manchas, de sombras, de personas, de voces. Comencé a creer que no querían devorarme, que eran bestias adorables que venían a hacerme compañía. "¡Brindemos pues!" decía yo con una botella que encontré debajo de mi almohada. No entendía yo como era posible que tantas personas vinieran a verme, a escucharme.
Nunca paraban de contemplarme, de reír. "¡Oh! sigue por favor, te lo suplicamos" era todo lo que yo escuchaba. Reíamos y les contaba miles de historias; no podía parar. Yo soy una persona con tanto que decir, me encanta entablar largas conversaciones con la gente; con más bestias. Adoro que me escuchen, que me pidan que no me detenga. Yo tengo tanto que decir.
La gente conmigo no habla, solo escucha, yo sé que aman quedarse callados viéndome a los ojos y guardando en sus cabezas todas y cada una de las cosas que yo pongo en sus manos.

Aun escucho sus invocaciones en los pasillos. Gritando mí nombre...
...todo el tiempo. Siempre me buscan.
Continuaron las risotadas y el negro elixir acabó por comer nuestros prejuicios. Más bien los míos. Hablé de todo lo que nunca pasó pero siempre quise que pasara. Comenté cosas que nunca me había atrevido a decirle a algún asqueroso humano. Todo preparado para revelar el gran secreto de la noche. Estaba sintiéndome cómodo con las palabras, todo era perfecto, un discurso magnifico, una dicción excelente. Finalmente me paré de la cama, alzaba mi voz más y más. Sentía como me raspaba la garganta pero yo seguía hablando, lo necesitaba más que nadie. Ellos me miraban y saltaban como esperando caer un manjar.
Cuando la última palabra estuvo dicha me encontré con las manos en el aire dando vueltas y pequeños brincos. Caí de rodillas y me vi en un charco de sangre. Me vi alimentando fetos del tamaño de pelotas de golf. Eran miles y todas mamaban mi sangre. Todos tenía un poco de mi en sus corazones. Entonces me sentí feliz.
Ahora era parte de todos. Pronto mearían mi sangre, pero la esencia quedaría ahí para siempre en sus entrañas. Ellos eran lo que yo soy.
Ellos mamarán hasta agotarse. Los siento aferrarse a mi piel. Siento como chupan mi carne. Siento como sacan mis jugos para ser yo. Ahora soy feliz.

¿En dónde me coloco yo?

Llámalos Ricardo, Julia y Roberto, a lo mejor Sócrates, Séneca y Foucault, siempre se trata de quedar colocado e identificado con la postura que alguien más ha dado. Siempre se trata de reafirmar o de sostenerse en lo que alguien más dijo, es lo que da más fuerza y validez a las palabras, es lo que nos respalda ante el resto de la humanidad. De entre todas las patrañas y charlatanerías siempre a modo de acomplejamiento, obsesión o incluso perversión el hombre busca, no importa que sea nunca se va a cansar de buscar. Unos dicen que la verdad, otros dicen que nada; cuando lo único que importa es la búsqueda en sí, es lo que lo hace que su vida tenga un sentido, el que sea. Esta obsesión-acomplejamiento-perversión nos ha dado resultados, positivos o negativos dependiendo de a quien se le llegue a preguntar. Entre el descubrimiento de esto y aquellos nos tendemos en una manta de seguridad mientras vemos las nubes con las que a manera de densas fumarolas hemos ido llenando el paisaje a nuestro alrededor mientras nos sentimos seguros escupiendo al aire. El ocio según se juzga es la más grande expresión de la holgazanería, muy bonito volvería hacer regresas a ser seres primitivos sin preocupaciones ni metas, sin futuros ahogados, planes improductivos, necesidades inducidas, necedades y falsedades. Pero claro que es imposible volver atrás estando ya en un círculo vicioso que no terminas con la muerte del yo, sino de la sociedad en sí.
¿Qué en donde me coloco yo? ¿Qué soy yo ante esto? ¿El pesimistas y amargado imbécil que piensa que nada vale nada mientras que su pútrida imagen desaparece supliendo su existencia con el olor a muerte; o el alegre que motivado por un hambre de saber se pregunta ante el espejo cual cliché de la modernidad, o seré el indiferente parasito que se cruza de brazos mientras el vello facial y las arrugas hunden su rostro en el abismo negro que termina por devorarlo?
Confusa e innecesaria pregunta, larga y hasta incoherente, resulta ofensiva y no va al punto de completar los objetivos y necesidades de la materia. He de confesarme culpable, he de tratar de explicarme en la forma más comprensible y clara, he de resolver el misterios de mis acciones impulsivas, sino mas que justificando mi postura. Empecemos por el comienzo de la indiferencia; esa cruel bestia que domina al holgazán, ese camino de la izquierda que simplifica la vida en general. Esa que con brazos suaves y amorosos me digne a abrazar. Mi amiga, mi amante, mi maestra; mi fiel excusa. Dicen tristemente que está es una generación que nació muerta, somos esos que fuimos traídos a este mundo con un cordón umbilical amarrado a nuestro cuello, el tentáculo de muerte. Lo dicen como una triste afirmación, somos niños egoístas que decidimos usar la bufanda de moda. No cabe duda que hemos escogido este modo de vida, en contra de todos los acontecimientos, en contra de toda injusticia, de toda señal de crueldad humana.
Fuimos unos cuantos que no clavamos un hasta a nuestro pecho ondeando en alto el nombre de alguien más. No me sonrojo ni me alegro de mi “transgresión” que tan desgastada de ha vuelto como palabras. Ya no suena, se ha vaciado totalmente entre los miles y miles de idiotas que se han querido distinguir. A manera de cliché funciona, de burla, de seguridad; yo que sé. Solo me suena a una postura ridícula, tan ridícula como la frustrante indiferencia.

Pero, ¿A dónde pretendo llegar con todo esto? ¿Qué tiene que ver con la el yo, y las tecnologías del yo expuestas por Foucault? Bueno pues empiezo por hacerle la misma pregunta al ensayista y eminencia. Existía esta visión, este intento por empezar a estudiar lo proveniente de las tecnologías, de estas herramientas que ayudarían al hombre a encontrarse, a ubicarse e incluso a darle un tranquilizante llamado paz y armonía mediante el cual “encontrará la verdad” renunciará a su yo para encontrarse, cuidarse, distinguirse. No cabe duda que hablar de los antiguos filósofos y la historia grecorromana es hablar de lo político, del poder, del conocerse, reconocerse y mediante la sutileza de la seducción convencer. Visto todo como una táctica delicada y digna de hombres inteligentes y respetables. El conocerse es conocer y esto significa ver tus debilidades, manejarlas y saber cómo encontrarlas y manejarlas en el otro, es un sistema impecable. Sería admirable dejarse seducir y sucumbir ante este modo de erotismo y manipulación.
Claro que como todo ideal utópico es planteado por estos pensadores como un camino a la felicidad y el buen morir. Esa sonrisa que prevalece luego del último respiro, del último aliento que ha de culminar la existencia de un alma. Considero que es como una completa falacia hablar de felicidad y armonía para la muerte. Sabemos que esas cosas no han de llegar en vida, ¿Por eso conformarse con la muerte? ¿Será esto peor que la indiferencia, o es simplemente una conclusión ridícula para intentar justificarme?
He sabido de personas que sin conocerse han sabido llegar a esa paz y armonía al caer la muerte. Es el fin, no hay otra cosa más que hacer que tener el valor de mirar al sol y esperar a que tus ojos se derritan. Eso si ya no es conformismo y es imposible llegar a la indiferencia a ese punto de tu vida, ¿Acaso habrá alguien que se atreva a morir dándole la espalda a la muerte? No creo, el hombre es un cobarde que suplica hasta el último momento, pero cuando ya no queda más decide levantarse y decir “bueno está bien, que sea yo recordado al final como un valiente”
Es aquí cuando el desanimo alcanza al curioso y lo hace cuestionarse, ¿De veras quiero conocerme para “morir en paz” sabiendo que de todos modos la muerte me ha de alcanzar con “dignidad”?
Ya sé, es la peste de los niños muertos quien regresa a tirar un miembro pútrido de su cuerpo. Tal vez no tenga una razón, un motivo pero seamos honestos es su naturaleza, es esa la razón que lo mantiene con vida. Hay quienes hablan de un niño interno, hablemos hoy de un niño interno muerto. ¿Lo conozco? ¿En donde lo coloco? ¿Con quién se identifica? ¿Lo acepta?
No lo creo, siempre en aquel desesperanzado egoísta e indiferente existe este ente patético que lo domina, es el que lo hace caminar por el barranco sabiendo que hay un puente. Al final lo ha de conducir a la muerte, pero al paso de este dolor innecesario. Esta autoflagelación del yo por continuar lejos del camino que le es marcado por considerarlo patético, igual que considera patética la subversión de sus actos.
¿Será indiferencia o es solo un niño asustadizo que teme por el monstruo que debajo de su cama planea como comérselo? Hablamos entonces de una falta de búsqueda por miedo a tocar la puerta en el vecindario correcto. Hablamos de temer encontrar al inquilino cubierto en sus cobijas con el teléfono en las manos e intentando encontrar el número telefónico de su madre en la guía telefónica que está al lado de su cama.
¿Y que tiene todo esto que ver con el yo, con el donde me ubico? ¿Será solo la evasión de la preguntas o es que la acabo de contestar sin darme cuenta?
No sé si lo sabré algún día, si en algún momento me digne a verlo, el caso es que no soy yo el que lo quiera ver, quizá nadie más, ¿Qué se hace cuando la telaraña alcanza al arácnido y lo hace victima de su propia trampa? Siempre habrá algo que hacer, la misma araña sabe qué hacer, pero tal vez solo espera a ser comida por otro depredador, tal vez lo espero o tal vez empieza a comer. Solo que tenga cuidado porque seguro su carne ha de saber igual.

El taxi...

Así que tomé el coche, prendí el motor y cerré los seguros con mi interruptor electrónico que está poca madre. Sé que estamos en tiempos en los que está bien cabrón salir así de huevos a trabajar en la noche, pero no namás; lo hago por el varo, creo que vengo corriendo de algo; y es que la neta nunca me latió eso de la vida en pareja. Ese pinche pedo de andar ahí en la casa dando dinero y ganándolo como pinche mula, ya sé que de taxista uno si no le busca se muere de hambre, y por mí no hay pedo pero tengo chamacos, tengo a mi vieja, tengo tantas putas deudas que no sé ni por dónde empezar. Está culero el pedo, uno hace estas mamadas porque viene huyendo de algo y terminas huyendo de algo más. Ni pedo, son las cruces de mi vida, por algo dios me da esto, por algo dios me alimenta con esto; señor, lo que tú me pidas yo lo haré y lo haré porque me has dado un cuerpo, un alma y algo en que pensar.
Creo que me gusta trabajar en la noche, ya van como cinco veces que me asaltan, hasta un pendejo me quiso quitar el coche pero no contaba con que yo ya estaba bien curtido para esas madres. Hijo de su puta madre, me pone al piso de rodillas y espera que como un mendigo le chupe la verga, espera que me baje como un perro y le ruegue por mi vida. ¿De dónde creía ese puto que yo venía? Quizá pensaba que era el primero en mi vida, pero luego de sentir la sangre caliente, el pinche bato chillando, la puta navaja ir y venir, ¿todavía cree ese bestia que me va a ver la puta cara de pendejo? No me siento orgulloso, pero, siempre vale la pena pasar por quien sea para salir adelante, a mi ningún puto me va a quitar lo mío, lo que con tanto esfuerzo me hace a mí, alimenta a mi familia. Pinches gusanos de mierda, creen que aterran a uno, cuando a mí el hambre me ha movido a más cosas, cosas que no tienen ni idea; putos morros.
Empiezo mi día a las 8 de la noche, llevo a los pinche niños riquillos a sus “antritos” si supieran lo que un antro significaba en mis días, si realmente se dieran a la tarea de buscar un lugar así. Pinches morros se les saldría la caca del miedo. Pero pues ellos que pueden entender de la vida nocturna, con esas pinches gordas meseras que te sirven la chela en las piernas y te chupan el pito por cincuenta varos. Aprenderían lo que es la vida y no con esas putas flacas que les aprietan el ano si no les dan buenas cosas, si no las pasean con cadena de oro y en unos pinches coches bien bonitos, verga, si mi tsuru me lleva de aquí a las costas de Acapulco sin pedos.
Total que uno de esos putos morritos me abordó, le cobré al doble un viaje que ni era tan lejos, no me dijo nada, no repelan ni madres porque a ellos no les cuesta poner sus putas caras de pendejos para que sus papis les suelten el billete, ¿ellos que saben de sufrir por algo?, nada; más les chupan los huevos a papi y les dejan caer las nalgas, que importan unas lagrimas si sabes que tienes el futuro asegurado.
Hasta eso que el morrito me cayó bien, le di mi número y le dije que me marcara cuando saliera para que lo llevara y que así no se arriesgaba a que le hicieran algo. Yo sabía que me dejaría buena feria y que si me marcaría. Pasaron unas horas y me marcó, yo sabía que ya me lo había echado a la bolsa, me trajo de arriba abajo, cruzamos un chingo de veces, pasamos varias veces a diferentes oxxo’s. Buen pedo el chamaco; me disparó las chelas a mí también, pasamos a uno de los puteros más exclusivos y por poco no paso porque alegaban que el chofer se podía quedar en el estacionamiento. Claro que el morro dejó un billetito en la entrada.
Vi pelos tan ricos como nunca pensé, pinches chichonas por todos lados, hacían rusas hasta con los pies, privados de a montón, chupe tetas de cada continente y la neta me valió verga la chamba; era viernes y sabía que podía juntar mucho varo, de hecho es el único día en la semana en el que de veras me armo de algo, pero pues la verdad cuando uno ve tanta carne se pierde ahí. El morro tenía dinero pero realmente no era nadie, en ese lugar no significaba nada, no le querían soltar ni siquiera a la más culera de las viejas, pues para eso falta tener más parado el culo.
Al final mejor prefirió que lo llevara a su casa; le pregunté por la dirección y me dijo que él me iba a guiar. La carretera estaba muy oscura, yo pensé que no había luz pero el me dijo que así siempre estaba, no podía ver ni madres y si no caía en los baches era de puro milagro. Por fin me dijo que retornara y llegamos a una parada de camión, con las luces del carro iluminé a dos putas bien flacas y a tres batos con chichis, me cagan la madre porque el pito se les veía desde antes del retorno. El morrillo decidió llevarse a los putos, no lo juzgue porque al fin y al cabo es su pedo, si se los quiere chingar es muy su problema. Qué más da cuando él es que manda. Yo subí a tres putos en mi coche y esperé a lo que podría pasar.
No llegamos a su casa, más bien a un motel barato, por todos pagó más de lo que pudo haber pagado; en un hotel de putos pudientes, pero no lo juzgo, el trae el varo, yo no.
Yo le dije que podría esperar en el auto pero él quería que subiera, no lo quería contradecir en este punto, así que lo hice. Vi cosas que jamás me atreví a ver, ese pinche joto me traumó para toda la vida, no puedo creer que aguante a estar ahí, pero pude. Era “homosexual” y de lo más salvaje que pudo ser; les pegó a las locas hasta hacerlas gritar de verdadero dolor. Le valió madres que no quisieran estar ahí; el quiso conservarlos. Nunca los dejó salir. Estuve todo el tiempo sentado en una silla de madera que estaba por romperse. Yo no podía hacer nada, no quería hacer nada en absoluto, veía y al mismo tiempo sabía y sentía que un bulto crecía en mis pantalones. Yo no soy ningún puto, yo sé lo que me puede excitar, exceptuando hombre o mujeres, eso no importa sino la sensación que provocan.
Al final los corrió y me sentí más en paz, sabía que podía caer dormido sin ninguna preocupación, ellos estaban chillando afuera como viles putas de mercado; hablando hasta cansarme; pero, gracias a dios que estaban afuera.
Seguía sentado yo, esperando las ordenes del morro, lo mire a los ojos esperando su respuesta, el se me acercó y me dijo “ya vámonos” tenía los pantalones abajo y caminaba con trabajos, sin embargo escupió mi verga; la escupió demasiado, la sentía realmente mojada y de pronto ese morro se sentó, se sentó en mi pito como si nada. Tenía las patas abiertas y lo veía bajar una y otra vez. Nunca me sentí en un lugar tan apretado, ahí estuvimos largo rato. Yo me bañé y él me bañó.

Nos quedamos dormidos. Lo lleve a su casa a las 6 de la mañana, el sol salía y llegamos a una casa con un muro grande, sin embargo alto. El abrió la puerta y de pestaña vi su casa. Maldito rico de mierda, probablemente no era el primero al que se cogía. No sé; es temprano me haré unos análisis, por mi seguridad, por el bienestar de mi familia…

La ventana

Acostumbraba dejar la puerta de mi cuarto entreabierta. Esa noche me estaba costando trabajo conciliar el sueño, me paré al baño y ahí frente al retrete veía el panorama de la calle. Me gustaba esa ventana, una excelente vista; era una maravilla tener a todos ahí conglomerados justo frente a mi taza, era yo otra fuente más que adornaba su camino, una que no veían. A veces volteaban y veían mi cara seca y regordeta apretada en aquel orificio, oían mi pedorrear, oían el agua correr desde mi rostro agrietado y hundido.
Era una calle tan monótona, no se oía más que el crujir de las hojas, el choque mutuo mientras eran recorridas por el aire, un aire espeso y lleno de polvo, estaba harto de tener que limpiar los muebles todo el tiempo, no podía andar por la vida sin un trapo y una cubeta de agua, malditos vientos de octubre que traían consigo las hojas muertas, las tangas negras, las corbatas rojas, propagandas viejas con olor a orina, malditos vientos decembrinos, como calan en los huesos; malditos vientos de marzo con ese calor pegajoso tan desagradable.
Pensaba yo en los vientos, en lo que me traerían mañana, a lo mejor algo nuevo en que pensar, algo nuevo en que meter la cabeza. Ya no me interesan las disputas ajenas, se han vuelto iguales, siempre terminan con una mujer puta. Puta por ser soltera, puta por tener hijos, puta por salir con hombres, puta por llevarlos a casa, puta por dejarlos con sus hijos. Puta por como se viste, como camina, como provoca envidia en las bocas secas de esas peludas señoras de escoba. No sé a qué se deba pero era como parte de ellas, no salían a otra cosa más que a sostener esa escoba como si se tratara de un pene; su pene. En fin, solía conocer todas y cada una de sus vacías vidas, sus días acababan a las mismas horas, recibían a sus maridos a las mismas horas, se los cogían sincronizadamente y en las mismas aburridas posiciones. No había de otra, alguien tenía que desahogar las frustradas y reprimidas fantasías de esos increíbles y trabajadores regordetes. Ellos teniendo que pensar en esas nalgas, en esas tetas tan jugosas, en esa perra que se contoneaba por doquier esperando ansiosa que le toquen la carne, que la traten como a la puta rebajada que ha querido ser. Ni modo, un sacrificio es un sacrificio y si en sus obesas esposas han de descargar su pena, así tendrá que ser.

***

Cualquier opinión, cualquier anhelo, cualquier detalle de sus míseras vidas era documentado en mi cuaderno. Estaba dividido en itinerarios, hobbies, actividades "familiares", vacaciones, visitas, comida, aburrimiento, comida, hijos, comida, limpieza, comida, novelas, comida. Que mas daba, conocía yo cada detalle de sus patéticas vidas. Pero qué manera de vivir la suya, que asco de vida, de personas, de ignorancia, de degradación a la existencia humana. Qué barbaridad tener que mentirse frente al espejo; yo no entendía cómo podían seguir así, como no pensar en ahorcar a sus mujeres mientras duermen, colgar a sus hijos como borregos para rasgar sus cuellos y ver como se les vas la vida a coágulos de sangre para luego sacarse los ojos con los dedos, meter la cabeza al horno y abrir el gas. Sus vidas son un hecho inconcebible, una perdida, una verdadera perdida a la humanidad.

***

Y yo estaba ahí para verlo, presenciando el automatismo masivo; su eterno dormir, su miseria abundante, como han de dormir en las noches sin dejar las almohadas mojadas y saladas. Y ahi estaba yo anotando cada comentario, cada nota a pie de página, mis observaciones y mis opiniones personales. Había convertido mi cuaderno en un completo estudio antropológico, filosófico y caótico de la vida humana; solo espero el momento correcto, veo esa cumbre venir, los críticos, los sabios, los filósofos y sociólogos pondrán los ojos en este humilde y completo estudio, solo hay que esperar por el momento de mi reconocimiento.

Viendo las últimas gotas de orina caer de mi pene, recordé el aburrimiento y el hastió que podían provocarme estas historias; mi antiguo pasatiempo había terminado, era cosa del pasado. Ahora veía mi orina caer, gota a gota, sabía que había mas y tenía que esperar, sabía porque la sentía ahí presente con esa sensación de tener ese hilo lacerante de orina lastimando la uretra constantemente. Era horrible tener que espera, pero aun más tener que verme en esa necesidad, en esa añoranza. Donde había quedado la virilidad, las largas y abundantes meadas, todo eso se me había escapado de las manos, toda esa sensación de vida, de arrogancia.
Le bajé al baño y regresé a la cama, un paso lento sobre otro, pasó un largo tiempo en el que fui de la cama al baño y del que intentaba volver a la cama, tanto que me había olvidado de mis pasatiempos, tanto que había olvidado mi vida, mis placeres, mis viejos pensamientos, mis eternos sueños, mis amigos siempre tan pasajeros; todas mis lagrimas, todas mis derrotas, había hasta olvidado cómo hacer el amor. Veía yo tan lejos la cama, veía yo tan corto el futuro y tan eterno el pasado, no era tanta la distancia de mi cuerpo a mi lecho, no quería llegar, sigo sin querer llegar. Y sé que pasa y por eso sé en qué me puedo distraer, no me puedo quedar ahí paralizado; ha vuelto la aguja a mi uretra. Ay ese dolor tan grande que es capaz de doblar hasta el hombre más fuerte. Ni modo, a volver al baño antes de que me tire el dolor y me rompa la cadera, creo que me tengo que regresar, ahí me espera la ventana, ahí me espera la calle, ahí me espera un viento que resople en mi semblante…

Desde el filo de la cama pude ver a las hormigas. Me causaba tanta conmoción el tener que esperar hasta que subieran las patas de la cama, era la desesperación más grande que he sentido en toda mi vida. Resonaba la madera con mis anchos dedos esperando a ser devorado. Ahí estaba ese infinito ejército de duras mandibulas, pero que cansancio; que calor da el esperar la más grande diva de todos mis placeres, mi musa eterea, mi último respirar. Escucho el grito de guerra, la estrategia invasiva, veo el triunfo en sus duros cráneos. Cada uno de sus pasos se vuelve eterno, se vuelve un eco sorpresivo. Ay que cansado se vuelve esperarte a ti, madre de todas las bestias. Nos llevas en tu vientre por todo este tiempo, fuiste capaz de nutrirnos con tu sangre; de volverte un lecho. Y miro de vuelta a las hormigas, mis rojos verdugos. Siempre con su lento caminar sin conciencia de un final. Yo soy mas que una pila de carne esperando por sus fauces. Ellas y yo, sin fijarse el uno en el otro. Yo no creo en las hormigas ni ellas en mi, yo se que me cazan, oh dios yo se que lo hacen.

De fino cosquilleo me llenan con sus pequeñas patas, es un picor desconcertante y aleatorio puesto que las mordidas que siento en la espinillas vienen desde los zurcos de mis desgastadas rodillas. Vuelvanme loco mientras se clavan, vuelvanse uno con mis entrañas, vuelvanme piedra con su silencio. Vuelvanse mis fieras canibales, tomen mi sangre en comunion. Conviertan esta dura carne en algo mas que sacrificios sin redimir. Vuelvanme gloria.

Ahi van ya manchando mis sabanas de sangre, admirar al asesino inconciente. He aqui mi lenta desaparicion. Milimetro a milimetro mis huesos al descubierto. Lastimoso placer, auxilio de mis suplicas, quiero ver caer hasta el ultimo de mis errores. He de empapar la vida con mi tortura erotica, he de sentir por ultima vez que puedo sentir; que yo he de vibrar hasta en el ultimo segundo de mi sueño.

Madre santa yo he de regresar, en tus suplicas me he de encomendar, que hoy encuentre en la humedad de tus labios la calma que los cobardes tanto reclaman. Devuelvele a mi alma sombria e inservible el don de la verdad.

Madre mia regresame el sentido, despiertame a mi que he decaido y acepta mi ofrenda suplicante.

Los mil y un cuentos sin terminar...

Como todo ser humano, el también tiene sus sueños, cree poder lograrlos y los intensifica a cada momento que puede, a su alrededor no hay nadie, es una persona sola en este mundo lleno de gente que lo quiere dañar, que quiere acabar con las personas que estorban, con aquellos ilusos que creen poder cambiar el mundo.

Su familia a muerto, no por una coincidencia, mas bien un ajuste de cuentas, amigos, conocidos y el amor de su vida, todos se han ido para nunca mas volver, tirado en un basurero lejos del malvado ojo humano se esconde y llora por todo aquello que ha acabado con su mundo.

Y pensar que un día el era parte de lo que odia.

Si todo comenzó el día en el que quiso cambiar su vida, tenia grandes planes, quería hacer dinero, quería formar una familia, ser felices hasta donde sus capacidades lo permitieran.

Ese día se levanto muy temprano, se puso su mejor ropa que tenia en su armario, se peino y se puso zapatos, una cosa inusual para un amante de los cómodos y viejos tenis.

Antes de salir entro a su habitación y ahí estaba, recostada descansando como un hermoso regalo que recibió de dios, no había un solo día en el que no se sintiera agradecido por el amor de aquella mujer que lo hacia feliz hasta mas no poder, aquella que un día conoció curiosamente esperando, esperaba en una Terminal de autobuses, por coincidencia habían llegado tarde, les dijeron que aun podían encontrar boletos pero que se formaran, el estaba atrás de ella, le llego su hermoso olor, era dulce pero a la vez acido, una fruta exótica, una mujer extrovertida, llena de energía, no podía ver la cara pero le intrigaba conocer a esa mujer, había algo más que ese exquisito olor que le llamaba la atención, era el querer saber quien era.

Siguieron esperando en la fila y...

La hora de la sal

Rubia de corazón y palabra la mujer se volteó a mirar quien acariciaba tan disimuladamente su cabello. Ella podía sentir la suavidad de las caricias, esa forma en la que alguien intentaba robar un trozo de si, su olor, su imagen, ese ladrón tan sutil que puede convertir sus caricias en gestos eróticos, sus erecciones en meras fallas mórbidas de la naturaleza animal. "No me preguntes porqué, no me mires y me juzgues" pronunció el hombre mientras continuaba tocando su entrepierna teniendo aun la huella fresca de esa esencia femenina. La mujer siguió observando sus lentes oscuros, el día estaba nublado, había amanecido nublado y no tenía intenciones de esclarecer; eran los caprichos de la madre que cobija a sus pequeños, los protege en su fresca cobija agujerada. Estaba por oscurecer y ella suponía que sería difícil ver a través de esas gafas. Siguió mirando en silencio mientras el hombre seguía acariciándose, esa caricia espasmódica y continua, ese triste y coreográfico modo estimulación genital, esperando que la flácida carne pasara a un estado real, apretando los parpados, sumiendo más los dedos; el ardor, ese sagrado dolor, el escozor; el cosquilleo entumecedor. Era cada vez mas fuerte el olor, la blanca espuma entre sus diente, el jadeo resonante de esa pequeña bestia que no había sido bien cobijada por su madre, era su cabeza la que salía por los agujeros de la manta, era su cerebro el que se congelaba, era su espíritu el que se esfumaba con el sereno. Eran sus ojos blancos lo que la rubia podía ver, era la catastrófica mirada que no podía contener, era el horror cómplice de esas lágrimas lodosas las que atrapaban su escaza función cerebral, la poca fibra de pensamiento, el leve hilo de intelecto. Era la mujer desnuda que caía al suelo, era la mujer en coma que no dejaba de gritar. Era el grito de muerte, era la pesada falsedad, era su cráneo descubierto y blanquizco, era el cabello muerto volando de garganta en garganta. "Era mi mujer" gritaba el ciego "Era mi mujer" el hombre hecho trizas abría su boca con las manos para poder gritar, metía y sacaba su puño lubricado en sangre repetidamente sosteniendo las cuerdas bucales. Las tocaba como el arpa, las metía entre sus enrojecidos dedos. Vibraban en un himno seboso arrancando con fuerza chillidos de rata. Los lamentos volaban contrayéndose, contoneándose; los lamentos volaban conmiserándose, estimulándose; los lamentos eyectaban la tinta de sus bellos cuervos, entre la sutileza de sus curvas, entre la timidez de sus creadores, entre la ingenuidad de espectadores, eran los puños con sangre. Mete, saca, mete, saca; eyecta.

El hombre halaba con fuerza, quería hacerse detener, quería pedir auxilio pero trozaba sus nudillos con cada bocanada. Tenía los dedos rotos y las cuerdas pendiendo de un hilo. Sangre negra y coagulada brotando de sus encías, manchas abultadas alimentándose; vaciando la garganta de aquellos gritos. Parásitos coagulados, mártires salvajes huyendo por las grietas del concreto, el arpón de ángel, la orgia del caracol, moluscos hermafroditas, lasciva sabia, jugo de sexo, juego sensual. Cuernos retraídos al calor de la sal, su vida se agota, frita la manteca de caracol con huevos y tocino. El desayuno a las 7, la hora de la sal.