El Hombre de Jabón

Con tres días menos de vida se levantó esa mañana apurado. Otra noche mas entre los brazos de no se quién, una mujer triste y derrotada. Un ángel muerto en medio del balcón, con las manos caídas y la voluntad de un vagabundo para convertirse en comida de perros. Ese fue el desgaste mental que lo mantenía tan viejo, tan perdido, tan lleno de indiferencia. Soñando todas las noches con esa derrota prematura, cayendo vencido sobre el colchón de sus dudas, siendo arropado por putas y lágrimas de azúcar; ese bello alimento de los niños, de los inmaduros de los que están llenos de mierda en la cabeza.
Otro desgaste más, otra mañana fría como carne cruda en el congelador, el aroma de cabellos negros por toda la cama, unas pantaletas rosas y un par de envolturas de condones debajo de la cama. Creía que no iba a llegar otra vez, eran tan enormes las ganas de llegar, de estar ahí, parecía que aun había tiempo. Hoy se había levantado en el momento justo, era hora y lo sabía, saltó de la cama y corrió a la calle. Tenía un buen presentimiento de que esta vez llegaría. Se detuvo en seco en la misma estación en la que todos los martes se encontraba con el mismo anciano que mascaba hojas de tabaco, con el mismo charco de lodo ensuciándole los lindos zapatos y con las misma mujer paseando su carreola, con la misma mirada triste esperando ser atropellada o violada o cualquier cosa que le hiciera sentir algo dentro.
Un suspiro silenció el ambiente, un suspiro cegó a cualquiera que creyera que podía ser testigo. Cualquier lengua sospechosa y débil. Cualquier imbécil que era incapaz de entender lo que podía suceder en un martes nublado. Cualquiera que no pudiera dejar secar las lagrimas en los ojos dejando costras negras y pesadas. Cualquiera que no tenía porque estar presente en un martes de sangre.

La espera se acabó y a José le llegaba la verdad, esperaba que esta vez sobre ese camión viniera algo más que la arrogancia semanal, esperaba que le arrojaran algo más que leche para furcias o lágrimas de una madre consecuente. Esperaba algo más que un negro parir. Lo que fuera pero que tuviera ese olor. ¡Madre Santa de la Mierda! ese olor, ojala hoy fuera el día. Llegó puntual el camión, al mismo paso de siempre, se anunciaba a lo lejos tan lento, a veces José creía que no venía sino que más bien se iba. La ola de calor brotante del asfalto, las puertas caídas, el enorme ruido. Todo se alejaba, todo se acercaba, el camión con su voluntad de maquina, tan fría en pleno verano, en el verano mas seco. La gente se lamía o por placer o por calor, por soledad o por calor, por aburrimiento o por calor. Las mismas lenguas pálidas lamiendo esa pasta blanca y salada brotando de esas pieles agrietadas y escamosas.
José se recordó lamiendo también. Lamiendo las paredes, las calles, los zapatos ajenos, las nalgas de nadie, los senos de no se quién. Buscando como sabueso, búsqueda tras búsqueda esperando que el olor volviera a llegar. ¿Como era posible que después de tanto tiempo lo pudiera recordar? ¿Como era posible que se carcomiera las tripas trayendo de vuelta ese recuerdo, el del olor de la tristeza, el olor de la desesperación, de las noches lascivas, de los gritos, del aliento negro, de la neblina, de la noche? ¿Donde estaba hoy el olor de la mentira?

José Carmona Morales, el hombre de jabón. Desapareciendo en burbujas suaves, creyéndose el viento, comiendo rosas para vivir. José el mentiroso, el que dijo que el olor lo trajo aquí. José el pinche loco que sale cada martes creyéndose real. El mismo José Carmona Morales que murió el día que conoció ese olor, el olor del cinismo.

Siguió esperando el camión que se iba. Estaba ahí, temblando, deseando, callando. Se atrevió a gritarle "Hey date prisa" con el pie marcando el compás de la desesperación, las uñas carcomidas y la vista casi negra. Los mareos, los pisotones de los árboles, las risas de los niños, los recuerdos fallidos. José perdiendo el equilibro posando nuevamente su cabeza sobre ese charco, el mismo viejo carcajeándose, escupiendo tabaco sobre su ropa. La misma virgen violada negándose a creer. Y el camión llegando, con la misma altanería, negando recuerdos viejos, los recuerdo del olor. José lloraba, quería de vuelta la mentira, la evasión, el sentido. Quería de vuelta el sueño de las sirenas comiendo de su vientre. Quería los chillidos de las ratas, quería de vuelta, todo de vuelta, por lo menos algún sentido, por los menos algún sollozo, por lo menos jeringas sangrándole la piel; algo, lo que fuera que pudiera volverlo real, casi real.

Lo que fuera por José el fantasma, los restos del espíritu, los restos de los gritos rabiosos de los pobres ilusos, quería estar de vuelta en un mundo que solo espera, todos en fila esperando el orgasmo de la muerte, el olor de sexo sobre lirios, sobre sabanas negras guiando el camino al final. El dulce olor del final.