Oda a la mujer que no escucha

El sol me lastimaba, cerré los ojos y pensé en las cosas que quería hacerte.
Me quedé dormido. Estaba sentado y hacia calor, jadeaba mucho.
Estabas frente a mi con los brazos cruzados viéndome con fastidio; apretabas los dientes y tus ojos ardían.
Me quité de donde estabas y me seguiste con la mirada, entonces me di cuenta de que yo era la causa de tu enfado.
Empecé a caminar de un lado a otro,  te veía de reojo.
Podía ver como el odio crecía en ti, debí haber hecho algo muy estúpido.
Seguías sentada y no te movías, me fui acercando a ti por un costado, no volteabas así que me acerqué más. Estaba justo a tu lado y me tiré al piso, arqueaste la ceja un tanto desconcertada, un tanto altanera; de todos modos nunca volteaste. Cauteloso busqué tu mano y para mi sorpresa dejaste que la agarrara.
La tomé, la observé, la acaricié; seguías sin voltear a ver lo que pasaba.
Sentí tu enojo, tu odio, pero esas eran cosas tuyas porque a tu cuerpo no parecía importarle.
 Por alguna razón creo que mi lengua existe para lamer tu piel.
Con la punta de mi lengua húmeda comencé a lamerte,
empecé por tu dedo, por tu palma, tu muñeca y continúe cruzando un puente sin retorno.
Para serte sincero no tiene caso volver porque yo solo quiero seguir adelante.
Cada lunar cada peca entre más arriba más me sabe; es como lamer cerveza del piso.
Es tan refrescante, no puedo dejar de salivar.
Llegué a tu hombro alcé tu brazo y lamí tu axila; fue lo mejor que pude haber hecho.
No lo vi pero tu boca cambió de parecer;
al final no resulto ser tan malo lo que hice, parte por parte tu cuerpo me perdonaba.
Terminé con tu axila porque estaba ansioso por llegar a otra parte,  a tu cuello.
 Es que tu cuello sabe a dos cosas,
al perfume de tu cabello porque es lo que siempre lo guarda y lo mantiene a salvo de  cualquier bestia que pudiera llegar a morderte;
y por el otro lado preserva tu carácter, encapsulando tus secretos en un forro de piel terso.


No estoy seguro de que hay adentro a veces intento desgarrarte para descubrirlo, pero nunca puedo.
 Así qué lo intenté y de nuevo fracasé, pero todavía me faltaba el postre; tus oídos.
Son esas dos piezas con las que decides escuchar o ignorar, son tus instrumentos de placer,
a través de ellos escuchas la música que ha de reconfortar tu espíritu,
a través de ellos recolectas fragmentos que conviertes en composiciones sonoras que sólo existen para tu degustación;
a través de ellos escuchas tu voz aunque a veces no la reconozcas. Son el instrumento que aún no se tocar, a lo más que he llegado es a resbalar entre sus bordes y no me alcanza la lengua para reconocer su sabor, sentir su perfección.
Seguí por unos minutos, no escuchaba nada, ni siquiera tu respiración, creo que te fuiste.
Aproveché para regresar a mi parte favorita, tomé tu cuerpo con mis dos manos,
tus cabellos negros se desbordaban sobre mi, yo era un hombre feliz. Feliz y desesperado.
Me acerqué con suavidad a tu cuello y lo olfatee, en ese momento te quería devorar,
abrí mi boca lo más grande que pude y me dispuse a saborear tu carne a beber de ti,
estuve punto de hacerlo pero me arrepentí;
que sería de mi si esa hubiera sido la última vez en la que te iba a probar. Yo no podría vivir así.
Nací para lamerte siempre y tu lo sabías por eso no me detuviste, estabas tan segura de lo que sabes, mis movimientos te resultan tan agradables como previsibles.
Al final reaccionaste y al verte entre mis brazos me tomaste entre tus manos y me besaste.
Un beso suave y refrescante, largo. Sentí que se me acabó el tiempo en ese beso.
 Al final me perdonaste, ¿verdad qué sí?