-Llegará el día en el que te fastidies de todo- le dijo sin ponerse a pensar a donde iban a terminar esas palabras -intentarás de todo para mitigar las molestias, probarás mil y un remedios para después caer en el mismo pozo abismal rodeado de personas con la misma afición- escuchaba atento pero sin perder esa mirada de desinterés, de incredulidad. -Se servirán unos a otros para lacerarse día y noche- Continuó con su fino cigarrillo de burgués contento y orgulloso de haber interesado al chico en tanta basura. -Al final, acabarán con sus vidas sin siquiera haberse tocado, todos dispersos en este mal, sirviendo de alimento a los renacuajos que un día saldrán a hacer lo mismo-
"Un puto ciclo" murmuró el chico mientras seguía mascando chicle de uva. El silencio hizo su mas grande aparición, el hombre y el chico miraban la ventana y se lamentaban por estar ahí encerrados. La lluvia era hermosa e invitaba a salir, invitaba a danzar y a morir con sus lágrimas ácidas; nuestras lágrimas ácidas. Durante varias horas siguieron intentando reavivar la conversación. Al final fueron honestos consigo mismos y dejaron de hacerlo.
Intentaron de todo para salir de esa enorme casa hecha de cenizas de plomo, pegada con semen y sellada con silencio. Cada vez que callaban, cada vez que un ruido desaparecía la casa era mas pequeña y fuerte. Sus paredes se volvían mas anchas y el aire comenzaba a ser mas espeso.
Se sentaron en el piso y gritaron sin parar, uno detrás del otro. Eran como lobos desgarrandose, la alfombra estaba empapada en sangre y ni el hombre ni el chico pararon. Uno se hacía mas fuerte para hacer al otro mas débil. Al final el chico fue quien venció, el fue el que entre grito y llanto sacó los negros testículos. Gritó tan fuerte que su voz se hizo delgada y encantadora, dulce, hipnotizante. De sus gritos volaron cuervos, dejaron sus plumas flotando en el aire, se comieron la comida de la alacena. El chico no dejó de gritar y su canto atrapó al hombre en una tela grande y blanca, en un capullo. el hombre lloró y se arrulló con esa melodía fina y delirante. Pasaron los días y del capullo salió un viejo y de los gritos salieron mujeres. Del chico...
del chico nadie supo.

Lágrimas brotaban de los negros ojos del viejo, el veía a las mujeres danzar, el quería matarlas con su órgano invasor. El quería conquistarlas y así su bandera poder enterrar en esas tierras frías e infertiles. El viejo soñó con el mismo suceso todas las noches, el veía a las mujeres sonreír, las sentía tan cerca, tan reales, tan coloridas. Al despertar se encontraba enredado en su capullo con la verga erecta y corrida.
Tristes los días del viejo, cada vez mas largos, arrugados y empolvados. Pero esas mujeres siempre bellas y seductoras comiendo de la sal; del polvo de la vida. El viejo se desmoronaba a pedazos día y noche y las mujeres lamían del piso, lamían como perros en la leche.
El viejo soñó con el día de su nacimiento, el día en el que se desprendió del vientre, el día en el que mamó el néctar de la vida por primera vez. Ese día en la noche supo que el ultimo grano de arena se vería alimentando a esas mujeres.
Benditas aquellas que nutrieron sus últimos días, benditas porque sin sus fantasmas la muerte del viejo seguiría siendo en vida. Benditas por detener sus frustraciones, benditas por hacerlo todo así.
Por eso el viejo las alimentó, por eso la sangre seca sabe a miel. Por eso el chico desapareció sin dejar rastro, en esa fría tarde, cuando la lluvia se comía la tierra.