Me hiciste la misma pregunta una y otra vez. Me sangraron los oidos y tu solo exigías a gritos lo que supuestamente te correspondía. Te lo dije mil veces, esa basura te estaba malcriando. De nuevo repartiste cartas y me pediste de favor que me dejara ganar. Obviamente lo tuve que hacer, obviamente tenia que esconder discretamente la carta entre mis pantalones. Se supone que tu no debias ver que era lo que yo hacía, que gracias a mi tu eras un triunfo. Como si un puto juego de cartas hiciera la diferencia. Como si llenara completamente tus deseos con un buen juego.
Te lo dije otra vez. Ya perdía la cuenta me canse de repetirlo, era realmente detestable. Te estabas convirtiendo en una molestia innecesaria. Como te atreviste a venir a mi casa con esas claras intensiones de malgastar mis veintitantas horas de vida.
Se puso intensa la platica y mientras sonaba el telefono yo no dejaba de acercar mis pies a tus rodillas, era una sensacion extraña. Seguías tan dura, tan cristalina; fria.