Cuando me dijeron que había muerto no me extrañó ni la forma ni el motivo. Era muy su estilo terminar su puerca persistencia a este mundo así como lo hizo. Ya sabes, con el estomago vació de gritos y sollozos patéticos, ahogada en las materias que consideraba su modo de vida. Con toda esa falsedad creada por el reflejo lujurioso de su bestia interna.
Entonces ese día recordé lo que paso. Reviví toda la historia, vacié los lugares que recorrimos, la gente que no conocimos, las pasiones que nunca sentimos. Y la carne que siempre nos lamimos. Recordé ese olor de advertencia que todos los días me revolvía el estomago. Jugué con los cachitos de papel que aun quedaron regados en la sala. Me revolqué como pardalis, el pardalis buscador de un hogar aburrido del cual huir. Siempre cambiando de aires, de caricias, de molestias, de halagos, de palabras desgastadas que al final resultaron ser parte de la misma rutina. Oh si que lo recordé todo.
Fue bueno en cuanto que acabe con la realidad por unos pocos días pero después de sufrir con polvos de carne agria ya lo mismo da si el ave vuela en reversa o si los pardalis siguen creyendo que no son los mismo arrogantes básicos. Comunes, fáciles y que dan derecho a la pena ajena.
Como ya lo dije no me sorprendió, fue bonito revivir los cigarros apagados en mi cuero rancio. Pero sabia que después de eso olvidaría todo el resto de la historia, solo me quede con el suero de sus poros, por ser salado, por que siempre cocí mis muslos con el mismo jugo, con el mismo furor y siempre para burlarme a carcajadas con las mismas lágrimas, por los mismos tronos y con la misma ruptura céntrica. El mismo yo, el mismo asco que cuando supe ella existía.